viernes, 17 de agosto de 2012

Era el insomnio el que había entrado por la puerta de su habitación sin antes haber llamado. 


Por primera vez no sintió el corazón roto, sino congelado. Era el frío de aquel estúpido verano con un sabor agridulce a invierno. Era el frío el que había entrado por los poros de su piel y consiguió helar todo lo que había bajo su paso. O el aire que sólo conseguía ahogarla aún más.
El crepúsculo a lo lejos y ella seguía temblando. Esperaba aquel "Hasta que..."  que siempre lo cambiaba todo, pero jamás llegó. Buscó unos brazos que echaran al frío de su interior. Jamás los encontró.
-¿Es que también tendré que odiar al frío por hacerme esto? dijo, con la voz quebradiza.
Escuchaba a los pájaros cantar y a algún que otro perro suelto ladrar. Se escuchaba el mar a lo lejos y, lo adoraba. Adoraba la marea y la brisa que provocaba.
-Me estoy muriendo y es por dentro, ¿no lo veis? Dejadme ya.


El cielo ya estaba gris, el frío que habitaba bajo su piel seguía ahí.
-¿Ahora tendré que ser fría?
Sí, pequeña. Todo por esos brazos que buscaste una vez y jamás aparecieron. Pero siempre puede aparecer un "O sí" que lo puede cambiar todo.

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