Por primera vez no sintió el corazón roto, sino congelado. Era el frío de aquel estúpido verano con un sabor agridulce a invierno. Era el frío el que había entrado por los poros de su piel y consiguió helar todo lo que había bajo su paso. O el aire que sólo conseguía ahogarla aún más.
El crepúsculo a lo lejos y ella seguía temblando. Esperaba aquel "Hasta que..." que siempre lo cambiaba todo, pero jamás llegó. Buscó unos brazos que echaran al frío de su interior. Jamás los encontró.
-¿Es que también tendré que odiar al frío por hacerme esto? dijo, con la voz quebradiza.
-¿Es que también tendré que odiar al frío por hacerme esto? dijo, con la voz quebradiza.
Escuchaba a los pájaros cantar y a algún que otro perro suelto ladrar. Se escuchaba el mar a lo lejos y, lo adoraba. Adoraba la marea y la brisa que provocaba.
-Me estoy muriendo y es por dentro, ¿no lo veis? Dejadme ya.
El cielo ya estaba gris, el frío que habitaba bajo su piel seguía ahí.
-¿Ahora tendré que ser fría?
-¿Ahora tendré que ser fría?
Sí, pequeña. Todo por esos brazos que buscaste una vez y jamás aparecieron. Pero siempre puede aparecer un "O sí" que lo puede cambiar todo.
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