jueves, 23 de agosto de 2012


Siempre fue un hombre fiel y noble a sí mismo.

Con 80 años y aún no se había enamorado, que irónico. Me miró y vi aquella sonrisa tan... Tan. Se le veía despreocupado. Distante; como a mí me gusta. Bah. Que suerte. 
Y me dijo aquellas palabras que cambiaron toda una vida, es decir, la mía:
-Hola, pequeña.
Y sólo se habían escuchado las risas de las personas de fondo, siempre tan felices... Me hubiera gustado haberle respondido con mi voz tímida como seguramente hubiera hecho, pero hasta mi mente se quedó en blanco. Sólo me resigné a bajar de aquel autobús lleno de gente mientras el señor con la mirada extraña seguía sonriendo.
"Qué raro", pensé. "Jamás había visto a alguien así."
Y así, como si nada, estuve todo un día y toda una noche pensando en él. Sabía que quería algo, pero, ¿el qué? Sólo quería volver a ver a aquel anciano de la mirada extraña.
   Y así fue. Volví a coincidir en ese mismo autobús con él. Y todas las mañanas fueron así. Me contaba historias suyas, aventuras que alguna vez llegó a tener. Hasta que supe que jamás se había enamorado. A sus 80 años de edad y todavía no se había enamorado. Seguía diciendo que era un hombre con suerte.
-¿En serio nunca te has enamorado? le pregunté, ansiosa por saber la respuesta.
-Ay... pequeña. Una persona no tiene por qué enamorarse de otra persona. 
-Es mágico, no sé... Y raro. -No se me había ocurrido otra cosa que decirle.-
-Tarde o temprano, el amor siempre llega, ¿no?
-Sí...
-Entonces, ¿te has enamorado?
   El autobús justamente se había parado cerca de su barrio. Allí siempre bajaba él.
-Mierda... con tanta charla se me ha olvidado bajar en mi parada. Dije, un tanto sigilosa.
-Eh, ¿vienes?
   Apenas tenía miedo. Confiaba en él, al igual que él confiaba en mí. Y le seguí hasta su casa. 
Era elegante... como él. Una casa al estilo colonial, muy sencilla; como a mí me gusta.
Vi un piano en aquel salón tan grande, color negro, brillaba tanto que... que era increíble. Nunca había visto a un negro brillar de tal forma. Y más siendo negro.
Era un piano moderno. De esos que tienen 85 notas.
-¿Tocas?
-Tocaba. Hace tiempo que dejé de hacerlo.
-¿Por qué? pregunté, confusa.
-Promesas, pequeña.
-Siento si insisto tanto, pero, ¿qué promesas? ¿podría saberlo?
-Ja ja. No pasa nada. Yo también era así a tu edad.
-Esbocé una pequeña sonrisa.-
-Sí. Claro que puedes saberlo. Y bien, allá vamos:
Fue a principios del año 1937, por entonces, yo ya tenía 5 años. Y sí, ya tocaba el piano. 
Siempre dijeron que aspiraba mucho en la vida, aunque, a mí,  me daba igual lo que dijeran. Sólo quería tocar, tocar y tocar... Era lo único que me hacía feliz, lo único que hacía que me relajara.
-Entonces... sí que te has enamorado. Y de la música.
-Veo que me vas entendiendo.
-Eso es precioso. Pero... ¿Qué pasó? ¿Por qué dejaste de tocar?
-Pasaron muchos años, yo ya tenía 35, año 1970. Yo seguía con mi música. Mi familia era de dinero, jamás tuvieron problemas. Pero mi madre... a mi madre se le había detectado una enfermedad para la que todavía no tenían cura. Y aquí viene la promesa: le prometí a Dios que dejaría lo que más amaba con tal de que salvara a mi madre. Y así fue. Había ocurrido un milagro. Pero hasta entonces... no he vuelto a tocar.
-Por una promesa.
-Así es...
-No es justo. 
-Puede.
-¿Por qué no vuelves a tocar? Siempre he pensado que la música podía curar mil penas. Que la música era un milagro. Y, por una promesa... dejar de hacer lo que más quieres... No es justo.
Él, como siempre, seguía sonriendo. Yo no lo entendía. No conseguía entenderlo. Sólo sentí rabia. 



   Pero mi rabia no afectó a su sonrisa. Era una mueca dulce que parecía querer decirme que todo tenía una explicación, pero que las palabras no eran suficientes para describir el torrente de sensaciones que le asediaban. Me quedé anonadada observando su gesto mientras la ira se apoderaba de mí. Y, sin quererlo, me descontrolé.
-Toca, joder. ¡Toca! -grité, subiendo excesivamente el tono-. Borra esa estúpida sonrisa autocompasiva de tu rostro y devuélvete la vida.
Esas últimas palabras las escupí cruelmente. No sé por qué lo hice, yo... Quise disculparme, pero su gesto afable no pareció inmutarse.  
Él, tranquilo, separó dulcemente el asiento que se refugiaba bajo el piano. Se acomodó sobre él. La calma resurgía en mí poco a poco mientras él levantaba la tapa que cubría esas teclas que tanto brillaban de repente. Le estaban dando la bienvenida, ellas también le habían echado de menos. 
Pero él no las rozó, no todavía. Observó la blancura de esas melodías secuestradas y la negrura de sus bemoles y sostenidos. Su mano pasó por encima de esas maravillosas teclas, dudando si eran dignas de acariciarlas, pero finalmente no lo hizo. 
Decidí alzar los ojos hacia su rostro. Percibí que su tez había palidecido.Su mirada se había perdido, estaba vacía. Pero su sonrisa. Su sonrisa ahí seguía, indemne. 
Aunque en aquel rostro abatido ese gesto se le antojó triste. Le rasgó.  

   Algo se había roto en él y. Tal vez ya no tuviera arreglo. 

   Se me empañaron los ojos, aunque intenté mantaner las lágrimas dentro de mis cuencas. 
Y mientras tragaba forzadamente saliva en un intento desesperado por deshacer el nudo que se había formado en mi garganta mis oídos percibieron unas notas. Una melodía la inundaba, era "Primavera", de Vivaldi.



   Sus  manos arrugadas volaban sobre el teclado. Mantenía la cabeza inclinada, atrapado por las notas tan intensas, tan conmovedoras. Tenía los ojos cerrados y era como si el piano y él fuesen sólo uno. Y sin querer, una lágrima le resbaló por el rostro: do,  mi mi mi re do, sol sol fa, mi mi mi re do, sol sol fa, mi fa sol fa mi, re si do, mi mi mi re do, sol sol fa...
-Increíble... -susurré-
Inesperadamente, había parado. El silencio se apoderó de la sala hasta que él lo rompió con un suspiro. En ese momento lo entendí todo: entendí que el verdadero amor de aquel señor era la música.
Empezó a tocar otra pieza; esta vez, suya.
Cerré los ojos y sentí. Euforia, quizá. Pero sentí.




Con la colaboración de: www.VivirEnSubjuntivo.blogspot.com.es
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1 comentario:

  1. Un texto realmemte hermoso, casi he podido.sentir y oír la música que dejaba escapar el.piano, la tristeza del anciano, el.sabor amargo de sus lágrimas. Me ha encantado.

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